viernes, 24 de julio de 2015

El manuscrito Voynich: Un código por descifrar


¿Quién fue el autor del misterioso manuscrito Voynich? En los años veinte alguien pareció haber dado con la solución, pero hay que preguntarse si el manuscrito reveló verdaderamente sus secretos.

Muy pocas personas dudaron del profesor Newbold cuando, en 1921, anunció que el misterioso manuscrito Voynich era un tratado escrito por el filósofo y científico del siglo XIII Roger Bacon, y que contenía información científica avanzada enmascarada por un complejo código que Newbold pretendía haber descifrado. Sin embargo, 10 años después un antiguo colega suyo, el profesor John Manly, publicó una crítica que demostraba que sus argumentos dejaban mucho que desear.


(Dos páginas del manuscrito, que ilustran algunas de las plantas no identificadas. En 1931, John Manly publicó un análisis del trabajo de Newbold, resucitando la cuestión de la paternidad y del significado del manuscrito Voynich . Newbold atribuyó el manuscrito a Roger Bacon, pero según Manly su método «adolecía de tan graves defectos que resultaba imposible aceptar los resultados»)

La primera objeción de Manly se refería al proceso «anagrámico» seguido por Newbold para llegar a su texto final en latín. Resaltó que a partir de cualquier línea podía obtenerse diversos anagramas, cada uno con un significado distinto, violando con ello la regla de oro según la cual sólo puede admitirse una solución para un pasaje dado. La construcción de anagramas es un pasatiempo antiguo; así, por ejemplo, el saludo del ángel a la Virgen María en la Anunciación expresado en latín (Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum) constituyó desde antiguo para los estudiantes una fuente de devotos juegos con anagramas. A pesar de contener únicamente 31 letras, la frase permitió obtener, por una parte, 3.100 anagramas en prosa y un poema acróstico; por otra, 1.500 versos pentámetros y hexámetros, y por otra, una Vida de la Virgen compuesta en 27 anagramas.
Por comparación, Newbold «anagramó» el supuesto texto de Bacon en bloques de 55 o 110 letras, dando pie con ello a miles de posibles traducciones. Sin embargo, Manly se preguntó si Newbold se hallaba de verdad en el buen camino. Al examinar el texto por medio de una lupa, no consiguió ver el manuscrito secundario en «taquigrafía» que Newbold había visto; lo único que vio fue que el pergamino se había rajado y dañado con el tiempo, desfigurando los caracteres en tinta primitivos y originando pequeñas líneas y garabatos.
En cuanto a las pruebas tipo, entre ellas la de la nebulosa de Andrómeda, de la que Newbold pretendía no saber nada hasta que leyó el texto deVoynich: sin poner en duda la honestidad del profesor, Manly sugirió que, siendo como era un gran lector, seguro que conocía ya la nebulosa; según él, Newbold «fue víctima de su propio e intenso entusiasmo y de su cultivado e ingenioso subconsciente».
El trabajo era concluyente. «En verdad, no sabemos cuándo ni dónde fue escrito el manuscrito, ni siquiera el lenguaje de base del cifrado –escribió Manly–. Cuando se apliquen las hipótesis correctas, quizás descubramos que el código es simple y sencillo.»

Un gran desafío

Una vez apagados los ecos de las declaraciones de Manly, el tema no volvió a suscitarse durante muchos años. Sin embargo, muchos especialistas continuaron trabajando privadamente con el manuscrito (considerado, con razón, como el mayor desafío al que jamás se habían enfrentado). En 1943 un abogado de Nueva York se atrevió a proponer una solución, un confuso texto en latín lleno de incongruencias. Dos años después un destacado investigador del cáncer, el doctor Leonell C. Strong, creyendo quizás que su reputación en el campo profesional era suficientemente sólida como para afrontar los mayores reveses académicos, pretendió haber transcrito con éxito ciertos pasajes médicos.
Anunció que no se trataba de una obra de Bacon, sino de Roger Ascham, contemporáneo del doctor John Dee que había sido tutor y secretario privado de la joven reina Isabel I. Al igual que muchos estudiosos de su edad, Ascham estuvo interesado en varios temas, y publicó varias traducciones de obras clásicas, un tratado sobre educación y un manual que explicaba y defendía la práctica del tiro al arco, por entonces en trance de desaparecer.
Según el doctor Strong, en uno de los pasajes del manuscrito Voynich Ascham describe una fórmula anticonceptiva que, como demostró el propio doctor Strong, puede resultar eficaz. Sin embargo, el doctor no explicó nada sobre sus métodos criptográficos, limitándose a decir que se trataba de «un doble método inverso de progresiones aritméticas basadas en un alfabeto múltiple». En cualquier caso, varias de las afirmaciones del doctor Strong referentes al estilo lingüístico de Ascham no soportan el examen de un experto.

Una Dimensión Insólita

Probablemente el esfuerzo más prometedor para encontrar una solución se inició en 1944, de la mano de un antiguo discípulo del profesor Manly, el capitán William F. Friedman, militar especializado en el desciframiento de códigos que había contribuido a derrumbar la teoría de Newbold. El capitán Friedman dedicó parte de su gran equipo de expertos a la tarea de resolver el antiguo misterio.
Después de muchas horas de trabajo lograron reducir el texto a unas series de símbolos que podían ser tratados por máquinas tabuladoras, pero abandonaron su trabajo (dejándolo incabado) al finalizar la guerra. Un resultado curioso, sin embargo, fue que el equipo de Friedman logró demostrar que las palabras y frases del manuscrito se repetían más a menudo que las de un lenguaje corriente: esto era algo insólito, puesto que los sistemas de cifrado suelen pecar de lo contrario.
Una teoría que pretendía explicar este fenómeno se basaba en que el libro era un herbario, tal como se había sugerido en un principio, y que las repeticiones eran fórmulas químicas (al igual que en los modernos libros de texto de medicina, donde las fórmulas se repiten con gran frecuencia).
Al morir Wilfred Voynich en 1930, su principal heredero fue su mujer, Ethel Lillian. Ethel L. Voynich era una mujer muy independiente y de carácter enérgico; en 1897 había publicado una novela romántica sobre el movimiento de la Joven Italia titulado The gadfly (El tábano), que se convirtió en un bestseller mundial, especialmente en la Rusia postrevolucionaria. (Antes de su muerte se habían vendido en aquel país más de 2.500. 000 de ejemplares.) En realidad, a ella no le interesaba la polémica sobre la «controversia Voynich», y guardó el manuscrito en su caja fuerte de la Guaranty Trust Companyde Nueva York. Cuando murió en 1960, a la edad de 96 años, sus albaceas subastaron sus bienes, y el manuscrito fue adquirido por otro librero de Nueva York llamado Hans P. Kraus. Dos años después, Kraus ponía en venta el libro al precio de 160.000 dólares.
Paralelamente declaró que había comprado el libro convencido de que «contiene información que puede arrojar luz sobre la historia del hombre. Cuando alguien sea capaz de leerlo, este libro valdrá un millón de dólares».
La respuesta de varias fundaciones literarias y académicas americanas ante estas afirmaciones fue sumamente ambigua. Por otro lado, es posible que se trate únicamente de un herbario, elaborado por un autor de la baja Edad Media que no sabía muy bien lo que se llevaba entre manos, y que inventó un código secreto del que luego no supo acordarse.
En 1969, Hans Kraus hizo donación del libro a la biblioteca de la Universidad de Yale, donde permanece aún guardando su secreto.

Sólo Para Sus Ojos

El uso de cifrados y claves estaba muy extendido en siglos pasados, y no siempre por razones de secreto militar o diplomático. Es posible que el manuscrito Voynich estuviese escrito en clave para escapar a las virtuales acusaciones de brujería achacables a los avanzados conocimientos científicos que contenía. Quizás el ejemplo más famoso de este tipo de manuscrito críptico sea uno cuya clave respondería a motivaciones muy distintas: los diarios del literato y administrador naval inglés del siglo XVII, Samuel Pepys.
En 1724, de acuerdo con la última voluntad de Pepys, los diarios fueron depositados en su antiguo College de Cambridge, donde permanecieron indescifrados hasta su redescubrimiento en 1818. El trabajo de desciframiento fue encargado a un estudiante no graduado llamado John Smith. Este tardó tres años en descifrar el código y transcribir el manuscrito, dedicando a esta tarea hasta 12 y 14 horas diarias. Finalmente, el resultado fue publicado en 1825, revelando un pintoresco y escandaloso fresco de la vida de Londres durante la época de la Restauración.
Sin embargo, la última burla recayó sobre el pobre John Smith. Cuando en los años 1870 se preparó una nueva edición de los diarios, se descubrió que si el transcriptor hubiese conocido mejor la biblioteca en la que trabajaba no hubiese tenido tantas dificultades en encontrar la solución. En efecto, Pepys se basó simplemente en una especie de taquigrafía cuya clave se utilizaba comúnmente en aquella misma biblioteca.

Fuente: MundoParanormal.com

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